
La globalización ha sido un estimulador del comercio en escala global, un transmisor de conocimiento acelerado y un conectador de sociedades. Por otro lado, esta misma globalización, explica cómo, a diferencia de pandemias anteriores en diez días infectó 42 países y en 90 días llegó a 180 naciones del mundo.
Por otro lado, sin duda, el COVID-19 ha acelerado procesos que ya venían ocurriendo a nivel global y que generan enormes oportunidades para América Latina en la medida que definamos con rapidez la ruta de aprovechamiento.
Reformas urgentes
Desde antes del COVID-19, América Latina ya venía registrando siete años de crecimiento bajo.
El 2020 se registrará la peor recesión de la historia: fuerte caída del comercio mundial de bienes y servicios, menores precios de productos primarios, marcado empeoramiento de las condiciones financieras a nivel mundial, etc.
Lo razonable, considerando los devastadores efectos de la pandemia, es extraer lecciones y aplicar reformas para que la siguiente pandemia, que con seguridad llegará, nos encuentre en una posición mucho más sólida.
El COVID-19 ha desnudado nuestras gruesas falencias en Salud, Educación y Solidez Institucional entre otros frentes importantes.
Incluso países con solidez macroeconómica expresada en casi todos sus indicadores, como es el caso de Perú y Chile, se ha evidenciado enormes limitaciones para poder reactivar su economía.
A nivel de cada país es muy importante establecer y/o fortalecer un Acuerdo Nacional con la activa participación de representantes del gobierno central, local y regional; sector privado; sector académico; y sociedad civil en general. En dicho acuerdo deben plasmarse las prioridades, compromisos y cronograma de lo que define el norte de un país a través de políticas de estado que trascienden a los gobiernos de turno.
Sin embargo, y esta coyuntura lo pone sobre la mesa, se necesita además trabajar seriamente una posición más integrada entre los países de la región para encarar los desafíos de un escenario con importantes cambios.
La fuerte orientación al mundo digital
Un estudio de la Universidad de Oxford del 2013, citado por Andrés Oppenheimer en su libro “Sálvese quien pueda” señala: para el 2030 el 47% de todos nuestros trabajos van a ser automatizados. Bueno, el COVID-19 simplemente acortó ese plazo.
Es previsible, para evitar la cercanía entre las personas, que la robótica aumente fuertemente su presencia en aeropuertos, centros comerciales, etc.
Lo propio se verá con el uso de la inteligencia artificial y la automatización de procesos en todo tipo de empresas e instituciones.
El punto está en que dependerá de cuán capaces seamos para aprovechar esta aceleración tecnológica en nuestro favor. Adaptarse es una necesidad urgente.
Esto presiona fuertemente y en forma inmediata al sistema educativo de nuestros países. Se requiere una formación muy competitiva acorde a una economía global más y más orientada a lo digital. Todo lo aprendido va perdiendo vigencia a una velocidad sorprendente, por lo que será siempre necesario actualizarse con herramientas modernas.
Lo razonable, considerando los devastadores efectos de la pandemia, es extraer lecciones y aplicar reformas para que la siguiente pandemia, que con seguridad llegará, nos encuentre en una posición mucho más sólida.
Juan Carlos Mathews
Una nueva geografía económica
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 215 millones de personas se sumarán a la bolsa de pobreza de la región y más de 2.6 millones de empresas de distinto tamaño, pero principalmente MIPYMES desaparecerán. La tasa de desempleo de la región estará cercana al 11.5% frente a 8.1% registrado el 2019.Data sumamente preocupante considerando además que periódicamente se va recalculando hacia el alza.
Esta coyuntura presiona a América Latina sobre la necesidad de fortalecer la cooperación regional más allá de las posturas ideológicas que primen en cada país. Se trata de una necesidad para lograr crecimiento y más importante aún, desarrollo sostenido.
Las confrontaciones y rivalidades entre Estados Unidos y China ya se venían acentuando en los últimos catorce meses previos a la pandemia.
El menor dinamismo de China afecta al mundo en general, pero en la región golpea con particular fuerza a México y Brasil al tener las industrias manufactureras más grandes afectadas por las interrupciones de sus cadenas de valor.
Es importante tener en cuenta, que desde el 2014 China ha venido cobrando mayor importancia en la región, siendo sin duda, el exportador e importador internacional más dinámico.
Uno de los problemas que ha evidenciado esta terrible pandemia es que los países de la región han buscado salidas en forma independiente; no ha habido un esfuerzo colectivo. De cara al período post Covid-19 es importante pensar como región para enfrentar los desafíos de las nuevas cadenas de valor con mayor posibilidad de éxito.
Esta situación deja en claro la enorme dependencia de países, industrias y empresas de cadenas intercontinentales de valor y el costo de esta dependencia es clarísimo. Esto nos debe llevar a reflexionar sobre la posibilidad de cadenas regionales, diversificación de fuentes de suministro, negociaciones colectivas, etc.
Debemos estar alertas a propuestas populistas que suelen aparecer en circunstancias complicadas como la actual.
Oportunidades de oro
Corresponde re-evaluar el modelo de inserción de nuestros países a todo nivel: productivo, tecnológico y comercial. Para ello es clave una coordinación entre los países de la región y una evaluación de las capacidades de cada uno en los diferentes bienes y servicios que podemos ofrecer y/o requerir.
Toca además invertir en digitalización y estandarización de procesos, infraestructura logística, capacitación continua, fortalecimiento de MIPYMES, creación de ciudades inteligentes y frontal combate a la informalidad.
Una oportunidad espectacular la tenemos al amparo de nuestra rica biodiversidad en un escenario de crisis alimentaria en escala global y una tendencia creciente de la alimentación saludable.
Al cierre del 2019, 135 millones de personas ubicadas en 55 países sufrían de inseguridad alimentaria aguda y malnutrición. Esto se refiere a personas que no pueden alimentarse adecuadamente al punto de comprometer sus posibilidades de subsistencia.
Según el BID, en América Latina y el Caribe se registran 42.5 millones de personas subalimentadas y en por lo menos diez países de la región la desnutrición se encuentra por encima del 10%.
Aquí se detecta una gran oportunidad, dadas las condiciones de la región y particularmente los países andinos para ofrecer productos de altísima densidad de nutrientes en pequeñas cantidades siendo una fuente notable de antioxidantes y nutrientes esenciales para el buen funcionamiento de nuestro organismo: quinua, arándanos, espárragos, anchoveta, entre muchos otros.
Replantear nuestras cadenas de valor identificando este tipo de oportunidades es el gran desafío.
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